divendres, 30 de novembre del 2012

El principito

- No se ve lo que es importante...
- Seguramente...
- Es como la flor. Si amas a una flor que se encuentra en una estrella, es agradable mirar el cielo por la noche. Todas las estrellas están florecidas.
- Seguramente.
- Es como el agua. La que me has dado de beber era como una música, por la roldana y por la cuerda... ¿Te acuerdas?. Y luego te voy a hacer un regalo...
Volvió a reír
- ¡Ah!, hombrecito... ¡Me gusta oír tu risa!
- Precisamente, será mi regalo... Será como con el agua...
- ¿Qué quieres decir?
- Las gentes tienen estrellas que nos son las mismas. Para unos, los que viajan, las estrellas son guías. Para otros, no son más que lucecitas. Para otros, que son sabios, son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas no hablan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido.
- ¿Qué quieres decir?
- Cuando mires al cielo, por la noche, como yo habitaré en una de ellas, como yo reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!
Y volvió a reír.
- Y cuando te hayas consolado (siempre se encuentra consuelo) estarás contento de haberme conocido. Serás siempre mi amigo. Tendrás deseos de reír conmigo. Y abrirás tu ventana, así... por placer... Y tus amigos se asombrarán al verte reír mirando el cielo. Entonces les dirás: «Sí, las estrellas siempre me hacen reír», y ellos te creerán loco. Te habré hecho una muy mala jugada…
Y volvió a reír.
- Será como si te hubiera dado en lugar de estrellas un montón de cascabelitos que saben reír…

Antoine de Saint-Exupéry

dimecres, 28 de novembre del 2012

La canción de Joan

Joan volvió a la luz antes de tiempo, hace casi dos meses. Hoy he podido conocerlo mejor gracias a su mamá. Ha sido una fría tarde de noviembre, pero muy cálida en lo emocional.

No sabéis cómo se agradece poder hablar abiertamente de tus vivencias, de tus sentimientos, sintiéndote escuchada y entendida. ¡Había tanto amor en todo lo contado! Por un momento, visto desde fuera, he pensado que era como cualquier conversación que pueden tener dos madres sobres su hijos. Y, eso era, de hecho, aunque esas dos mamás no hayan tenido la oportunidad de cuidar de esos pequeñines más allá de su vientre.

Si muchas de las personas de nuestro alrededor, esas que no sacan el tema por no hacer más daño, nos hubieran escuchado allí, tranquilamente, se darían cuenta del bien que nos hace poder hablar de nuestros hijos. Verían que no es algo desagradable, sino todo lo contrario. Si quisieran escuchar de verdad, aprenderían tanto... ¡Ellos se lo pierden!

Entre conversaciones y recuerdos junto a una taza de café ha sonado una canción: su canción, la de Joan, esa que su mamá tan bien conoce. Ha sido emocionante... Hacía poquito que su mamá me lo había comentado y ha sonado. ¿Casualidad?

Quizás ha sido Joan, permitiéndome a mí también sentirle cerca. Se lo agradezco enormemente.

Gràcies, petitó! Gràcies, Bel! 

diumenge, 25 de novembre del 2012

Tres florecitas

Me encantan las "casualidades"...

La abuela ha ido a comprar flores para llevar al cementerio. Allí descansa el cuerpo de mi hermana que murió a los pocos días de nacer. Mi madre también ha tenido sus pérdidas... Júlia y Aina le deben el símbolo a su tía: esa pequeña que nunca conocí, pero a la que mandaba besos a través de las flores que le llevábamos. Supongo que para mí, desde siempre, las flores han representado a los bebés que no están.

En la floristería sólo les quedaba un centro: uno con capullos blancos y tres gerberas naranjas. ¡Qué curioso! Las flores de mis hijas. Tres, una por cada una de nuestras niñas que se fueron demasiado pronto. 

Sí, puede haber casualidades, pero yo prefiero creer en la magia de la vida. Siempre es más divertido, te emociona y te hace brillar el alma.

Mil besos para nuestras tres florecitas

dissabte, 24 de novembre del 2012

Un pequeño hueco que llenar

Yo pensaba que no quería ser madre. Durante años el papá y yo decíamos, bajo las miradas horrorizadas de los demás, que no sabíamos si seríamos padres algún día. Es una opción, totalmente comprensible. No hay obligación alguna de procrear, incluso creo que decidir no tenerlos es una clara muestra de respeto por la paternidad/maternidad. Pero esa no es la razón de mi escrito.

En realidad yo siempre quise ser madre, incluso cuando no lo sentía. Ahora me doy cuenta de la cantidad de detalles relacionados con ello que ha habido en mi vida, desde siempre.

Cuando hice visible ese deseo, todo en mi vida cambió. De repente cada decisión tomada iba encaminada a una futura maternidad. Todo se magnificó cuando me convertí en madre, cuando Júlia decidió ocupar mi vientre. Nada tenía sentido si no estaba relacionado con nuestra hija. Con su partida mi cabeza eligió como meta tener un hijo terrenal. Y eso no ha sido bueno para mí. 

Lo contaba en un escrito anterior. He estado tan pendiente de ser madre, que me he perdido todo lo bello de mi vida, la de ahora. Hace unos meses escribí en Disfrutar de la vida, ese nuevo planteamiento. Hoy, meses más tarde, creo que lo voy consiguiendo.

Creo que mi cuerpo quiere que haga un máster en falta de control. A mi ovario izquierdo le ha dado por ovular más tarde de lo habitual. No uno, ni dos días, sino 12. Con lo cual me paso casi dos semanas más de la cuenta esperando saber si estaré o no embarazada. Pero aprendo rápido y ya sé leer en mi cuerpo que no existe tal embarazo. El señor clearblue y semejantes no van a hacerse de oro conmigo...

Estoy aprendiendo a ser paciente. Por algunas historias médicas debo esperar un tiempo a intentarlo, pero no me preocupa, no hay prisa. Tengo claro que ya llegará el momento.

He conseguido ver que no soy yo quien decide cuando va a llegar, poco podemos hacer sus padres a parte de querernos. Además estoy descubriendo la parte mágica de todo esto; una especie de sorpresa, de juego, con nuestro futuro hij@: ¿cuándo decidirá llegar? Y tiene su gracia.

Me he dado cuenta de que un bebé merece llegar para compartir y disfrutar la felicidad de nuestro hogar. No podemos pretender que la traiga con su llegada. Seria demasiada presión, demasiado peso para el bebé y para nosotros como pareja, como familia.

También soy consciente de que a parte de cuidarme como haría por mí, por mi bienestar, poco puedo hacer para que ese bebé, cuando llegue, se quede con nosotros. Así que no vale la pena cargar la mochila con posibles "y si". No sé qué, ni cuando ni cómo ocurrirá. Ya torearemos ese toro cuando llegue.

Y por último, y en resumen, que debo aprender a vivir el momento. En realidad es un gran regalo para un nuevo hij@, disfrutar del aquí y el ahora, como se vive en la infancia.

A pesar de todo, la meta sigue siendo la maternidad (la terrenal), no puedo negarlo. No la pido ahora, ni mañana, ni en unos meses, ni en un año, ni dos... Yo voy haciendo mi camino disfrutando de lo que tengo, que es muchísimo. Pero quiero creer que un día alguien llegará a compartir nuestra vida. Mis hijas dejaron abierto ese huequecito en mí y me deseo llenarlo. Algún día, de alguna manera...

dijous, 22 de novembre del 2012

El trabajo de duelo

Gracias Kris, por compartir este escrito, extraído de la web de Bidegin.

El trabajo de duelo, es el compromiso que tomo conmigo mismo/a y con la vida para avanzar en el dolor y el sufrimiento que experimento tras la pérdida de mi ser querido, con el objetivo de recordarlo y sentirlo sin que me duela tanto. Es un proceso, por tanto, activo.

Cuando perdemos a un ser que amamos, nos invaden la tristeza, la culpa, el miedo, la rabia…Es necesario que nos permitamos vivir todas estas emociones, podamos expresar todo lo que sentimos, poniéndole palabras. Poco a poco, estas emociones van a ir saliendo de nuestro ser dejando todo el espacio que quede al amor y a la gratitud que sentimos hacia esa persona que compartió nuestra vida.

El proceso del duelo, duele. Y duele tanto porque amamos. Este amor nunca muere. Siempre estará con nosotros, y también con el tiempo irá dando sus frutos.

dimecres, 21 de novembre del 2012

L'arribada de n'Aina

Aina, petitona, avui fa un any que vaig saber que havies arribat, que m'havies triat com a mare.

Feia uns dies que em sentia especial, que el meu cos em deia que anaves creixent dins meu. Vaig demanar-li al papà que anés a comprar una prova d'embaràs. No vaig poder esperar el dematí següent, i aquell mateix horabaixa, en arribar de fer feina, la vaig fer.

Tot d'una va sortir una línia rosa, suau, que s'anava enfosquint. Em feia dubtar... Li demanava al papà, "¿tú ves dos rallitas?". Va ser una sorpresa la teva arribada. No et vares fer esperar. Estàvem tan contents! Jo, en un núvol.

Sense gairebé creure'm el que acabava de passar, vaig a anar a contar-li a la padrina la bona notícia. No s'ho esperava, gens! Però ens vares fer tan feliços!

Tant de bo la por m'hagués deixat gaudir més del temps que passàrem juntes.

Aquí deix la imatge d'aquella prova que em va confirmar que eres amb mi.


I amb mi segueixes, d'alguna manera.

T'estim.

Mamà.

diumenge, 18 de novembre del 2012

Vaciando la mochila

Siento que debo compartir uno de los aprendizajes más importantes que he hecho en el camino del duelo y de la vida. 

Siempre he sido previsora, más bien, controladora. Tengo la mala costumbre de adelantarme a lo que me va a pasar, sopesando todas las opciones, eligiendo cuál es la más acertada. Tengo soluciones hasta para las situaciones que no han ocurrido aún y puede que nunca pasen. Llevo en la espalda una mochila llena de remiendos para todos los casos hipotéticos que me pueda encontrar en este camino de la vida. Es tal la cantidad de peso innecesario, que no me permite disfrutar del viaje. Hace que sea agotador. 

Por otro lado, esa visión de la meta, del objetivo a cumplir, las prisas, hacen que sea incapaz de pararme y observar lo hermoso del paisaje. ¡Me estoy perdiendo tantas cosas bellas que ocurren a mi alrededor!

Por suerte (y bien acompañada) he podido ser consciente de ello. Aunque después de 33 años de funcionar así, no es fácil modificarlo. Bueno, creo que de niña era capaz de vivir más al día, o eso espero. Me pregunto cuándo, cómo y por qué empecé a cambiar...

Poquito a poquito, pasito a pasito, estoy empezando a identificar todas esas cargas que llevo de más en mi mochila personal. Estoy consiguiendo dejar de lado aquellas que no necesito para este momento concreto de mi vida. De nada me sirve intentar solucionar algo que no está ocurriendo y que, seguramente, si ocurriera, no sería de la manera que yo tengo prevista. ¡Hay tanto que escapa de mi control y es tan complicado aceptarlo!

Aún queda trabajo por delante, mucho por vaciar. Una no siempre elige los pensamientos que llegan a su cabeza. Pero ya me siento más ligera. 

dilluns, 12 de novembre del 2012

Viaje a Ítaca

He vuelto a editar el texto porque algo ha cambiado. ¡Lo siento tanto! Pero aunque la noticia no haya sido la esperada, no quería eliminarlo. Algún día llegará.

Algún día empezará un viaje a un Ítaca muy especial para una gran familia, de hecho ya ha empezado. Los quiero, me han acompañado y me han enseñado mucho. ¡Me alegro tanto por ellos!

Nadie sabe qué encontraran en ese viaje, qué riquezas o perfumes o puertos hallarán, en mañanas de verano. Deseo que no encuentren lestrigones ni cíclopes. Su alma está llena de amor y se mantendrá lejos del colérico Poseidón.

Su vida, así, tendrá otro aroma, otro color...

¡Qué precioso regalo llegará del cielo!

Con todo lo aprendido, con vuestro ejemplo, con vuestra sabiduría, con vuestra ilusión y esperanza, preparamos también el viaje a nuestro propio Ítaca. Quizás un día, no muy lejano, lo emprenderemos...

dimecres, 7 de novembre del 2012

Vuit i catorze mesos

Ai, petitones... Quin dia!

Avui no he aturat... Molta feina! Vos he tengut present durant tot el dia però, amb l'activitat del dia, necessitava tenir un momentet de tranquil·litat, d'aturar-me a pensar, a connectar amb vosaltres... Només arribar a casa he encès les vostres espelmes, avui una mica més tard que de costum... I ara, abans de que acabi el dia, volia dedicar-vos unes paraules, com cada mes, el nostre 7.

Què importants sou a la meva vida! Mai hagués cregut que fos possible estimar així... És tan gratificant! "Amor en estado puro", que diuen. A més tenc la sensació de rebre tant... No són abraçades, ni besades, ni somriures, ni mirades... Però hi ha un no-sé-què en tot això... Simplement em fa estar bé.

Júlia, la meva nina gran, la primera, he après a estimar-te, més bé diria que m'he permès fer-ho.

Aina, confitet, petita meva, preciosa, tu ho has provocat, amb la teva partida. Tenc tant que agrair-te...

Vos estim, filles meves, ara i sempre.

diumenge, 4 de novembre del 2012

Aina y yo: nuestra despedida

Martes 6 de marzo. Llevo toda la semana muy nerviosa. El viernes tenemos la eco de las 20 semanas, no llegamos a ella en el embarazo anterior. Además han puesto de nuevo el capítulo de Anatomía de Grey en el que nace la niña prematura; no he querido/podido verlo. Esta noche he tenido un sueño muy raro: en una consulta a la matrona, en casa de mi padre, me dicen que es una niña. A ratos la tengo en brazos y a otros está en mi vientre. Me siento rara...

Voy a trabajar. Los martes salgo tarde y cansada. De camino al coche un pinchazo en el vientre que no me deja andar, como el de la semana pasada. No se asemejan a las contracciones que tuve en el embarazo anterior y sólo me ha pasado dos veces. En urgencias dijeron que era muscular, no tenía infección, pero sin eco no acabo de estar tranquila. Yo me encuentro bien...

Al llegar a casa voy al baño y me encuentro una mancha de sangre. Empiezo a ponerme muy nerviosa. Nos vamos a urgencias. Mientras esperamos a que nos atiendan no puedo parar quieta. Oigo una especie de ¡plof! y siento una gran cantidad de líquido caliente entre las piernas. He roto la bolsa y me doy cuenta de que voy a perder a mi bebé.

El papá llama al timbre de ginecología y nos dejan pasar. Estoy chorreando y en shock, no puedo creer lo que está pasando. No puedo parar de andar arriba y abajo. La enfermera me dice: tranquila... Tengo ganas de gritarle, pero al final le explico que ya sé de que va todo esto, que perdí una niña hace 6 meses. Me repite que tranquila, que ahora me verá el ginecólogo. Odio la sensación de parsimonia que me transmite. Al final parece que se da cuenta de la situación y me ofrece cambiarme de ropa.

El ginecólogo de turno me hace una eco. Allí está mi bebé, no quiero mirar. Pone el sonido del corazón, es una tortura escucharlo sabiendo que no va a sobrevivir. El papá y yo nos miramos con cara de circunstancias. Me dan ganas de estamparle un bofetón al doctor. Nos explica de una manera algo extraña que no hay nada que hacer. Me quedaré ingresada a ver si el parto avanza.

Me bajan a la habitación. Fuera están mi madre y mi cuñada esperando. No puedo olvidar la cara de mi mamá. Por suerte siguen teniendo buenos protocolos en estos casos y puedo tener una habitación para mí sola. Es en maternidad, pero la verdad es que no me importa. Aunque creo que deberían tenerlo en cuenta. No recuerdo mucho de esa noche, sólo sé que no quería ver caras tristes, ni compadeciéndose. No sé si lloré. Creo que seguía en shock.

Al día siguiente una ginecóloga maravillosa (¡al fin!) viene a explicarnos lo que pasa. El bebé sigue con vida aunque no puede sobrevivir ya que no tiene ni gota de líquido amniótico. Tenemos tres opciones: esperar al parto, esperar a que el feto muera y provocarlo o firmar la interrupción voluntaria del embarazo. Tenemos tiempo para pensarlo. Ni me lo pienso, quiero acabar ya con todo y volver a casa. Pienso si ese bebé estará sufriendo sin líquido, como un pez fuera del agua...

Tengo hambre y sed, aunque no puedo comer ni beber por si hiciera falta un legrado. 

Horas más tarde viene otra fantástica ginecóloga a contarme el procedimiento. Dos pastillas vaginales (misoprostol); cuatro horas más tarde me pondrán otra tanda si no ha hecho efecto. Es la misma ginecóloga que me atendió en urgencias en mi primer embarazo. Me da confianza. Me dice cuánto lo siente y me gusta, porque la creo y me acaricia la pierna mientras me habla.

Son las 16.00. Estoy bastante tranquila, incluso consigo dormirme. Estoy con mi madre. El papá ha ido a casa a descansar un rato. Debo avisarle cuando empiece todo. Aunque él preferiría no tener que pasar por ello (no por no estar presente, sino porque no hubiera sucedido) quiere acompañarme en el parto. A las 18.00 empieza la primera contracción. Muevo las caderas de una lado a otro. ¡Qué alivio poder moverse! Expulso algún coágulo y con él las pastillas, prácticamente enteras. Me desanimo y pienso si esto lo hará todo más largo, pero parece que mi cuerpo sigue adelante. 

Tengo alguna contracción más y llamo al papá para que venga. Siento algo que baja por mi vagina. No es un coágulo, es más grande. Es el bebé. Llamamos a la enfermera unas cuantas veces. Finalmente viene, de mala gana. Tengo que decir, a su favor, que con los recortes van saturadas, pero aún así no son maneras. Le digo que ya he dilatado y me contesta que yo no puedo saber eso. Entonces he expulsado algo grande, le contesto yo también de mala gana. Su cara se transforma en cuanto levanta las sábanas. Ahora sí vienen las prisas: celador, enfermeras, auxiliares... ¡Para qué tanta prisa! Mi cuerpo ha hecho su trabajo. Me suben al paritorio con mi bebé entre las piernas. Es una situación muy rara.

Por suerte allá arriba están las buenas profesionales. Se presentan y me explican su función. Me alegro de que dejen pasar a mi madre y a mi pareja, aunque el protocolo diga que sólo uno. Hay parte del cuerpo fuera. Dejarán que haga el trabajo por mi misma. Me gusta sentir la confianza. Como no acabo de expulsarlo nos dejan a solas. No sé si las contracciones han parado. Toso y siento cómo el cuerpo de mi bebé sale completamente de mi cuerpo.

Llamamos al timbre e inmediatamente viene la matrona, al poco la ginecóloga. Les digo que quiero verlo. Me miran con cara extrañada, pero les explico que ya he pasado por ello una vez y sé que lo necesito. Tengo algo de miedo porque no sé que me voy a encontrar. Miro entre mis piernas y me encuentro con una carita preciosa. Es una niña. Es pequeñita, tiene la piel de un color muy oscuro, pero es perfecta. La naricita, la oreja, la boca... Me enamoro profundamente de esa niña. La he creado yo, la hemos creado nosotros. Ojalá el papá quisiera verla, pero no puede. Se mete en el baño. Pienso en cogerla en brazos, pienso en hacerle fotos, pero no estoy segura... ¿Por qué no lo diría? Cierro los ojos e intento guardar esa imagen en mi memoria.

Son las 19.30. Es miércoles 7 de marzo. Aproximadamente la misma hora, otra vez 7, otra vez miércoles. Justo medio año después.

Me gusta que la ginecóloga la coja en brazos delicadamente mientras se la lleva. Veo su manita en alto, también perfecta.

La placenta tarda en salir. Nos dejan intimidad de nuevo. Lo agradezco. La matrona viene a despedirse, acaba el turno. ¡Qué atenta! Me anima a toser de nuevo, a ver si así tenemos suerte con la placenta. Alguna contracción débil y la expulso. La ginecóloga me avisa de que va a ser molesto, pero que va a hacer algo para evitar tener que pasar por un legrado. Me pregunta si quiero un calmante pero no es necesario. Estoy con un subidón que no siento nada, sólo pienso en esa hermosa niña. Me muestra el reloj: son las ocho de la noche. Me recuerda que a esa hora tenían que ponerme la segunda tanda de prostaglandinas y yo ya he acabado. Dice que soy una campeona y además sin analgésicos. Pretende animarme y lo consigue. Anima también a mi madre, diciéndole lo valiente que es, la dificultad que supone ver sufrir a una hija. Realmente se lo agradezco.

Nos dejan intimidad de nuevo. Tenemos que esperar para hacer una ecografia. Invito al papá a tomar algo de aire. Ha sido también muy duro para él. Veo que lo agradece de verdad. Me gusta estar con mi madre a solas y poder hablar de mi princesa. No dejo de repetir lo bonita que es.

La eco confirma que estoy limpia. No hará falta legrado, ni nada. Una tanda de antibióticos por si acaso y de nuevo inhibidor de prolactina para la subida de la leche. No quiero tenerla, pero me pregunto si afectará de alguna manera a una futura lactancia... Tampoco sé que existe el plan b: donarla en caso de tenerla.

De nuevo a la habitación sin compartir. Quieren cambiarme de zona, pero no hace falta. Tampoco recuerdo esa noche. Sólo sé que pensé mucho en la carita de mi pequeña y en las ganas que tenía de volver a casa.

La vuelta al hogar siempre es rara. También volver a vestirse con ropa que ya no queda igual, que muestra una barriga incipiente pero sin bebé. Por suerte el papá no trabaja; me preocupa mucho estar sola. Me refugio otra vez en él, en nuestros perros y en el ordenador.

Y fue así como encontré SUA, como acepté que era madre, como aprendí que no podía borrar el recuerdo de mis niñas, sino aprender a quererlas por lo que son, a pesar de no estar conmigo. Así es como empezó mi duelo por las dos hijas que no vivieron más allá de mi vientre. Así fue cómo nació este blog. 

Los recuerdos de Júlia

Ha sido una especie de visión mientras iba escribiendo mi despedida de Júlia. Sentía la necesidad de contar lo que pasó. De repente, releyendo lo escrito, me he acordado de las ecografías que me hicieron cuando fui a urgencias por las pérdidas. Me he levantado corriendo a buscar entre los papelotes del hospital y allí estaba. Júlia, mi niña mayor, a las 9 semanas. 


Sé que es difícil de entender para quien no haya pasado por ello. Pero me sentía tan culpable por haberme desecho de todos sus recuerdos, que ha sido toda una alegría encontrar una imagen suya. Ahí está, existió, estuvo en mi vientre. Yo la quería y la sigo queriendo, aún más si cabe.

¡Qué gran regalo! Me siento muy feliz.

Júlia y yo: nuestra despedida

Me desperté la mañana del miércoles 7 se septiembre bastante cansada. Había dormido fatal: unos pinchazos en los riñones de vez en cuando y un sueño en el que paría a una niña prematura (quizás el capítulo de Grey's Anatomy que vi el día anterior había dejado huella). Decidí ir a trabajar y ya volvería si me encontraba mal.

En la escalera me encuentro a la vecina.
- ¿Estás embarazada?, me pregunta.
- Sí. No había dicho nada porque tuve algunas pérdidas al principio, pero estoy bien. Hoy estoy algo cansada, pero todo va bien. Mañana sabremos el sexo

Ya en el trabajo tuve un par de pinchazos más: un dolor en la parte baja del vientre que acababa en los riñones. ¿Serán contracciones? ¿Cómo saberlo cuando una es primeriza? Mejor ir a urgencias a que me miren. Recuerdo un gran pinchazo de esos conduciendo el coche de vuelta a casa. Recuerdo exactamente por donde pasaba en ese momento. Algún día, al pasar por allí, me sigue viniendo el recuerdo.

Estaba tan asustada que fui a buscar a mi madre para que me acompañara al centro de salud. Había ido unos días antes con una muestra de un flujo extraño y abundante (que más tarde supe que era el tapón mucoso). Aunque no le dieron mayor importancia, me hicieron un cultivo, por si acaso.

La matrona me recibe, me mira, escuchamos el corazón... Parece que todo bien. Para mi tranquilidad, decido ir al hospital. Nada más recibirme me mandan hacer un análisis de orina. Justamente acababa de ir al baño, así que primero me ve la ginecóloga.

Son las 13.00. Tumbada en la camilla, veo como cambian sus caras cuando empieza a explorarme: tengo el cuello del útero borrado, parece que estoy de parto, Le digo a la ginecóloga, como si ella no lo supiera, que un bebé de 20 semanas no puede vivir fuera del útero. Me manda a la sala de las correas y en un rato vendrá a hablar conmigo.

Intento estar tranquila. Siguen los pinchazos, cada media hora, más o menos. Ni siquiera saben muy bien dónde colocarme las correas: el útero está aún bajo, sólo son 20 semanas... La ginecóloga viene a hablar con nosotras. No sé que le he contado antes pero intuye que sé un poco de qué va todo esto. Me dejaran ingresada, en reposo absoluto, para ver cómo evoluciono. Dicen que es difícil llegar a término con la dilatación que tengo, pero que iremos mirando paso a paso. Mi madre tiene cara de preocupación. Imagino que ha hablado también con la ginecóloga y que no han sido nada optimistas con ella. Aunque estoy muy asustada quiero pensar que todo puede ir bien.

Ya en la habitación aviso al papá para que venga, no quiero alarmarle. Las contracciones siguen, a veces son 10 minutos, a veces son 40. Yo intento moverme lo menos posible, pero el dolor es insoportable. Aunque pienso que lo que dolía con cada contracción es que me iban alejando más de mi bebé.

Nos han dejado una habitación para nosotros solos. Está toda la familia. Necesito levantarme mucho al servicio. Me siento culpable al hacerlo, tendría que estar en reposo absoluto, pero necesito ir al baño y allí el dolor es más soportable.

Me tumbo finalmente en la cama. El papá pone su mano en vientre, ese calor es lo único que me calma, siempre me ha calmado. Me duermo. Me despierta otra contracción, La cara del papá se transforma. Está a mi lado, con el portátil, buscando información. ¡Qué impotencia la suya! Le pregunto si quiere asistir al parto, si todo va mal. El pobre no sabe qué hacer. Él imaginaba asistir, pero en un parto alegre y feliz, en el que conocer a un hijo al que criar.

Por la tarde ya no puedo más. Me suben al paritorio. Al explorarme la bolsa se rompe, dejando un olor hediondo. Hay infección: vía y antibióticos. Siguen las contracciones y una enfermera se pone a mi lado y me coge de la mano. Ha llegado la hora del parto. Me preguntan qué quiero hacer. No me creo lo que está pasando. Sé que pedí no tener dolor y que no quería ver al bebé. ¡Cuánto me arrepiento ahora!.

Me preguntan si quiero estar acompañada. Yo no sabía que hacer. Mi madre o mi pareja, lo que ellos quieran. Recuerdo que alguien me dijo; No, lo que tú quieras. La enfermera sale y entra al rato con mi madre.

A partir de este momento todo está borroso. Recuerdo que en un momento dado me levanté de la cama diciendo que no quería hacer eso, que lo hiciera otra por mí. Había perdido la cabeza. Me levanté y me mareé. En medio de todo el caos tenemos un momento gracioso, de chiste. Mi madre abanicándome con algún objeto (revista o algo así). Me pregunta si me alivia y yo gritando: No vull que me ventin! (no quiero que me abaniquen). La enfermera entra con un abanico grande y mi madre diciendo: No, no quiere que la "venten". Al final en las situaciones más dolorosas, encuentras de qué reírte.

Me ponen un calmante en la vía del que no siento efecto. Estoy tan nerviosa que el personal médico decide dejarnos solas. Recuerdo la cara de preocupación de mi madre. ¡Qué difícil debe ser para ella! Noto algo bajando, mi madre sale a buscar a la matrona y al papá. Efectivamente, está saliendo.

Con la contracción empujo con todas mis fuerzas. Siento la cabeza y el cuerpo que salen de mi. Siento un gran alivio. Pregunto por el sexo: es una niña. Me sorprendo. Alguien empuja la puerta, creo que es el papá y grito: no quiero verla, no quiero que nadie la vea. La enfermera cierra la puerta. Parece que están cortando el cordón. Alguien del personal coge un paquetito envuelto en un empapador y se lo lleva. Es mi hija.

El papá entra con cara de asustado. Ya pasó. Tengo que alumbrar la placenta. Se pone a mi lado, mirando a la pared mientras me toma de la mano. Intento tranquilizarle: ya estoy bien, no me duele. Las enfermeras insisten en que se siente, les dice que no sin mirarlas, no para de llorar. La placenta sale.

Todo ha acabado... o acaba de empezar.

Yo me siento en una nube, tengo mucha pena pero estoy pletórica. ¿Serán las hormonas? La ginecóloga y la matrona me dicen cuánto lo sienten, con cara de sentirlo de verdad, y me explican algo que no recuerdo. No paro de darles las gracias. Me cambian de habitación, lejos de maternidad. Lo agradezco de nuevo. Allí me espera toda la familia. Todos se sorprenden al saber que era una niña, incluso nos... ¿alivia? No sé por qué, si no teníamos preferencias.

El papá sale al patio. No para de llorar. está desconsolado. Yo estoy muerta de hambre. Son casi las once de la noche y llevo sin comer nada desde el desayuno. Pido un bocadillo de jamón (los caprichos que no se pueden durante el embarazo) que me trae mi padre. Me traen antibiótico y unas pastillas. Son para evitar la subida de la leche. Ni siquiera había pensado en ello. Sólo son 20 semanas...

El papá está desolado y prefiero que se vaya a casa. Mi madre se queda conmigo. Agradezco no compartir habitación. No dormimos mucho, lloramos y hablamos, reímos incluso. No puedo olvidar a una chica embarazada, muy joven, que paseaba por el patio, intentando ayudar a su cuerpo a dilatar. Esa imagen me produce ternura y algo parecido a la rabia, todo a la vez.

Al días siguiente me miran. Está todo bien y no hace falta legrado. El papá llega. Está más tranquilo. Me alegro de ver que le ha ido bien alejarse de todo esta noche. Unas horas más y me dan el alta, con un montón de medicación. Tengo muchas ganas de llegar a casa, aunque una vez allí me siento rara. Necesito que todos sepan lo que ha pasado, siento que voy a desfallecer como alguien me pregunte por el embarazo. La familia, amigos y conocidos son muy respetuosos. Mandan mensajes pero se abstienen de visitas y llamadas. Las pocas que recibimos se encarga el papá de contestarlas. Pobre...

El papá me propone abrir una botella de vino, el que nos gusta, y brindar por nuestra pequeña, que nos dio casi 5 meses de alegría. Me emociono tanto... Es nuestro pequeño ritual y me permito unos sorbitos, a pesar de la medicación que estoy tomando. Agradezco que su jefe le haya dado unos días libres. ¿Por qué no se tendrá en cuenta que los hombres necesitan una baja? También ha perdido a su hija.

Los días que siguen son extraños. Sentada en el sofá noto algo en mi vientre. ¡La niña se ha movido! Pero vuelvo a la realidad y me doy cuenta de que ha sido un retortijón del útero que va volviendo a su sitio. Lo mismo me pasa con el sangrado. No puedo evitar asustarme cada vez que voy al baño. Tengo que recordarme que ya no estoy embarazada.

Busco y busco en libros, en la red: corioamnionitis. En el fondo debería agradecer que mi cuerpo hiciera su trabajo y provocara el parto. La infección podría haber sido terrible para mí también. No sé si eso me consuela o no.

Acaba el fin de semana y el papá tiene que volver a trabajar. Me paso el día delante del ordenador, buscando qué pudo haber pasado. Lloro, grito y me desespero. Me acaricio el vientre, desconsolada: Yo la quería, yo la quería aquí dentro. La ansiedad se apodera de mí. No he visto a mi hija. ¿Cómo era?  Me arrepiento de no haberlo hecho, necesito hacerme a una idea. Busco imágenes de fetos de 20 semanas, pero todo me parece desagradable. Quizás hice bien... Pero la ansiedad continúa. No tengo ni una ecografía, mi cartilla de embarazo se quedó en el hospital, pienso mil veces en recuperarla, pero por otro lado pienso si será mejor así... ¡Qué equivocada estaba!

Estoy muy débil. El antibiótico me deja hecha polvo. Tengo algo de anemia. No reconozco mi cuerpo. Mi vientre sigue abultado, pero mi hija ya no está. Es muy extraño.

Poco a poco me voy recuperando y empiezo a hacer "vida normal". Me hago a la idea de que no he perdido nada, más que la ilusión de tener un hijo. Me refugio en pensar en mi próxima maternidad. Pero la ansiedad continua. Algo no está bien.

Al mes nos dan los resultados de la autopsia: ha sido mala suerte, no tiene por qué volver a ocurrir. La ginecóloga es la misma que me atendió al llegar a urgencias. Me dice cuánto lo siente y le sorprende verme tan animada. Me dice que después de una regla podemos volver a intentarlo, si queremos. A mí me preocupa mi SOP, pero me dice que por eso mismo, ahora es un buen momento.

A partir de entonces mi única ilusión es que me venga la regla para poder intentarlo de nuevo. Llega a los 39 días del parto. Ahí empiezo a obsesionarme. La ansiedad continua. La segunda regla no llega: estoy embarazada de nuevo. Quiero hacer borrón y cuenta nueva. Tiro a la basura los poquitos recuerdos que me quedan de mi hija mayor. Pero no consigo olvidarla...

dijous, 1 de novembre del 2012

Rituales con significado

Las gerberas son mis flores favoritas. Quizás por ello las elegí como símbolo de mis hijas. No ha sido algo buscado, simplemente surgió. Quise hacer un ritual para despedir a mis hijas y elegí las dos cosas que más me recuerdan a ellas: el mar y las flores. 

El mar, conscientemente, por su relación con mis embarazos, por ser ese lugar mágico en el que paseaba y nadaba con Júlia; en ese pueblecito donde su papá y yo pasamos tan buenos momentos y donde concebimos a Aina.

¿Por qué elegí las flores? Imagino que tiene que ver con mi pasado. Mi hermana murió a los pocos días de nacer y recuerdo ir al cementerio a llevarle flores, cada año, tal día como hoy. Mi madre siempre ha puesto un especial empeño en elegir flores preciosas, a las que dábamos un beso para que llegara a mi hermana. Supongo que crecí relacionando las flores con los bebés que ya no están.

Cuando imaginaba nuestro ritual en mi cabeza veía gerberas. Al ir a la floristería, lo confirmé. Me sorprendí buscando dos gerberas rosas, a mí que nunca me ha emocionado ese color...

Así que el 12 de marzo dejamos ir a esas dos florecitas en el mar, dejamos ir a nuestras hijas. Fui un ritual sanador, no sabría explicar el porqué, pero, a pesar de las lágrimas, sentí mucha paz, sentí que podía seguir adelante.

Cada pequeño detalle que elegí para ese ritual, con el tiempo, va cobrando significado. Hoy he descubierto otro más: según el significado de las flores, las gerberas tienen que ver con la inocencia, la pureza. En algún sitio he leído, más en particular, con la inocencia y la pureza de los niños. Tienen que ver con la belleza de la vida y la energía positiva de la naturaleza. Y, sobretodo, con la alegría. Concretamente las gerberas color rosa suave, significan admiración y simpatía; las de color rosa más oscuro son un símbolo de gratitud.

Inocencia, pureza, belleza, naturaleza, alegría, admiración, simpatía, gratitud... Todo eso y más siento hacia mis pequeñas. La gerbera tenía que ser su flor.

Un dia per recordar

Confitets,

Avui és Tots Sants. Mai ha estat un dia significatiu per a mi. Em supera aquesta tradició de visitar els cementiris.  De totes maneres volia fer alguna coseta per a vosaltres: si avui és un dia per recordar les persones estimades, vosaltres també ho mereixeu.

Però la padrina s’ha avançat. Com que avui serà fora de casa em va fer arribar un ram amb dues flors, les vostres flors, i dues espelmes, per encendre-les per a vosaltres. I així ho he fet.


He tengut la curiositat per aquest dia i he trobat aquest escrit:

La diada de Tots Sants, l’1 de novembre, i la dels Difunts, el dia 2, són les dates en què molta gent recorda als seus familiars difunts. Es tracta d'un moment en què tradicionalment hom creu que s'interrelacionen els dos móns, el dels vius i els dels morts. L'1 de novembre, els vius visiten als morts i el 2 de novembre a l'inrevés, els morts visiten als vius.1

Tant de bo aquestes visites es poguessin fer realitat! Si més no, us sentiré aprop.

Vos estim petitones meves. Vos record avui i cada dia.

1  Text extret de festes.org